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Ana Campos

Luna de miel en El Olivo por Martín Casillas



Así como los sueños tienen un disparador que activa a esas neuronas que almacenan las imágenes, hay situaciones y objetos que nos disparan recuerdos, como las famosas magdalenas que le provocaron a Marcel Proust que se dedicara a buscar el tiempo perdido, hasta que después de siete volúmenes, logra recobrarlo a través de la escritura. El calendario del 2023 que publicó Norma Mereles Torreblanca, directora del Fideicomiso Archivos Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca con fotografías del tren presidencial El Olivo, me han disparado el recuerdo de la crónica de la boda de mi madre tal como la contaba:


“Decidí casarme por lo civil en la laguna, en un vapor. Mi tía la ministra, Esther de Alba de Pani, esposa del ministro de Hacienda, Alberto J. Pani. Bueno, pues la ministra y veintidós pasajeros ahí vamos en el buque de vapor…”


La boda civil se llevó a cabo en Chapala el 10 de febrero de 1933 en un barco de vapor en medio de la laguna y al término se casaron por la iglesia, en la parroquia franciscana. Como los recién casados se iban a vivir a la ciudad de México, se le ocurrió a la tía Esther, que era la esposa del ministro de Hacienda, darles como regalo de bodas que pudieran irse a la ciudad de México en el tren presidencial, El Olivo, haciendo escala donde quisieran para que de esa manera pasaran su luna de miel, atendidos como dioses por el personal del tren presidencial.


En el México post revolucionario, el gobierno del presidente Plutarco Elías Calles ordenó en 1925 la construcción de un nuevo tren presidencial a la empresa Pullman Palace Car Company. Se lo entregaron en abril de 1927. Carros forrados con maderas preciosas, acompañadas de terciopelos, bronces y sedas, conformaban este moderno tren. El primero de los cinco vagones alojaba las recámaras del presidente; una oficina presidencial dotada con servicio telefónico y sistema de telegrafía, además, de la plataforma-observatorio desde donde podían ofrecer sus discursos de campaña.


Conocí El Olivo en el 2003 cuando acompañé a Armando Hatzacorsian para que tomara fotos para la portada del libro Juego de espejos (Ágata, 2004), una antología de artículos publicados en El Economista y El Financiero entre 1989 y 2003. Los recién casados habían pasado ahí su luna de miel, tomando fuerzas antes de enfrentar la realidad austera, pero, feliz, como fueron los primeros veinte años de su matrimonio en la Ciudad de México.


Cuando recibí este calendario con las fotos de El Olivo, lo asocié con la crónica de la boda como la contaba mi madre —misma que se me ocurrió grabarla en una cena que les ofrecimos a mis padres en casa para que conocieran a mis amigos los Muñoz de Baena, Charo y Miguel Ángel Lavín y Andrés, mi hermano, para luego transcribirla la publiqué por primera vez en la revista La Plaza.


Como decía Eduardo Galeano “el que escribe teje. Textum significa tejido de tal manera que con los hilos de las palabras vamos tejiendo historias y con hilos del tiempo vamos viviendo”.


Con el afán de darle el crédito que se merece a mi madre, les comento que, esa primera versión que publiqué en La Plaza la leyó Gabriel García Márquez quien me habló para decirme cómo le había gustado.


Mina de Alba tejía la historia de su boda desde que conoció a mi padre, José Luis Casillas, cuando vivía con la abuela Maclovia en Chapala “en el hotelito del pueblo, el Hotel Nido, en un cuarto que no daba a la laguna. Ahí fue donde lo conocí. Un día estaba nadando con mis amigas y de repente, ¡chula de mi vida!, que sale de esa laguna, que era como el mar, de la misma espuma sale un señor altísimo con el pelo mojado y que me clava sus ojos azules. ¡Ay, Dios! —casi grité—, ¡éste es el que tanto esperaba! El inocente era de Tepatitlán y había ido a pasar unos días de vacaciones. Ahí empezó el romance.”

Buen fin de semana,

Martín Casillas de Alba

Sábado 14 de enero, 2023.

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