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Ana Campos

Finalizar la guerra en Ucrania, el salto de China al liderazgo mundial


El presidente Vladimir Putin había logrado redimir parte de la nostalgia de grandeza del zarismo y la Unión Soviética para el pueblo ruso. Pero, en su afán por recuperar el pasado y evitar la expansión de la Otán ante el incumplimiento de Occidente de no avanzar hacia el este, incentivó el nacionalismo étnico en las poblaciones rusas de las repúblicas bálticas y en otras exrepúblicas soviéticas como una estrategia de expansión territorial. Táctica que los Estados democráticos y sus opiniones públicas no tuvieron el valor de denunciar, y ahora se ven las consecuencias en Ucrania.


En 2008, Georgia, motivada por buscar su ingreso a la Otán, sometió a Abjasia y Osetia del Sur, generando una fuerte respuesta militar rusa que logró la retirada del ejército georgiano y la peligrosa promoción del separatismo entregando pasaportes rusos a los insurgentes. En donde la respuesta occidental fue nula. Igual ocurrió en 2014, con la anexión de la península de Crimea y, posteriormente, frente a la actuación de las potencias militares en Siria y Libia, entre ellas el ejército ruso y la manera como utilizó el armamento que hoy se emplea en Ucrania. De no parar el actual conflicto, la siguiente confrontación en lista será Transnistria, una unidad territorial autónoma con estatus jurídico especial a la que, el 15 de marzo de 2022, la Unión Europea reconoció como un territorio de Moldavia ocupado por Rusia. Seguirán las amenazas a Suecia y Finlandia.


Ante la falta de una postura contundente en defensa de la población civil por parte de los Estados libres, hay que añadir una incoherencia en los principios y valores occidentales, que denuncian mediáticamente la crueldad a la que se ha sometido a la población ucraniana, pero cierra los ojos frente a la brutalidad de la guerra en la República Democrática del Congo, Uganda, Nigeria, Burkina Faso, Camerún, Chad, Níger, Mali, etc. Pero, sobre todo en Yemen, según un informe de Naciones Unidas publicado en noviembre de 2021, desde 2014 han muerto más de 377.000 personas, en donde cada 9 minutos muere un niño menor de 5 años a causa de la guerra.


Antes de la invasión a Ucrania, Vladimir Putin era un gobernante visto con prevención y respeto en Occidente. Hubiese logrado un mayor poderío para Rusia sin haber atacado a Ucrania. Este gran error impidió la apertura de Nord Stream 2, una red de gasoductos que tenía previsto trasportar anualmente 55.000 millones de metros cúbicos de gas desde Rusia hasta Alemania, lo que habría consolidado a Rusia como una potencia energética en siglo XXI y llevado a una gran dependencia a la Unión Europea. Rusia también estaba destinada, luego de la equivocada salida de Estados Unidos de Afganistán, a pacificar la franja meridional de Eurasia y convertirse en el garante de la expansión comercial de China hacia Europa a través de la Ruta de la Seda. Además, no hubiese sido complejo lograr acuerdos comerciales con Turquía que le permitieran a través del Bósforo acceder por vía pacífica al Mediterráneo.


Expansión comercial que hubiese logrado gracias a su cercanía a una pléyade de empresarios rusos, que con sus grandes fortunas hubieran permitido llegar a nuevos mercados e incluso modernizar la industria rusa. Del mismo modo, no avizoró el potencial de la cooperación científica de muchos países que contribuían a facilitar en el mediano plazo la movilidad de mercancías y la explotación de los recursos a través del Ártico ruso, uno de los pocos beneficios del calentamiento global. También hubiese afirmado su poder en Siria y Libia como promotor de la consolidación de ambos Estados. Ahora, seguramente desde estos países, junto con Cuba, Venezuela o Nicaragua, Rusia puede dar una respuesta fuera de su área de influencia en retaliación a las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea, contribuyendo aún más a la inestabilidad mundial.


Sus clientes energéticos ahora buscarán alternativas diferentes de abastecimiento, su economía y su moneda están muy afectadas, su injerencia en política exterior disminuirá.

Por lo tanto, la prolongación de la guerra entre Rusia y Ucrania después de una pandemia que aún no se ha erradicado ha impedido una pronta y esperada recuperación de la economía internacional, ha elevado el costo de la energía, imposibilitado la exportación de insumos agrícolas y del gas neón, fundamental para la elaboración de los semiconductores, insumo básico de todos los equipos electrónicos y que en un 70 % proviene de Ucrania. Esta situación ha perturbado el consumo global, encareciéndolo en un periodo de escasez, lo que puede ser la fuente de múltiples protestas sociales a nivel mundial, ya que la imposibilidad de importar cereales desde Ucrania y Rusia fue una de las causas de la Primavera Árabe.


Este panorama afecta enormemente a su principal aliado, China, que necesita de la paz mundial para expandirse económicamente. Escenario que, paradójicamente, puede convertirla en la promotora del diálogo y seguramente de la paz en Ucrania, siempre y cuando decida disminuir el apoyo a Rusia respecto de las sanciones occidentales, que internamente buscan generar malestar en la nación rusa en desmedro de la gobernabilidad de Putin. Así mismo, buscar una salida aceptable para el presidente Putin, aunque no necesariamente para Ucrania y Occidente, que podría pasar por la autonomía de las repúblicas de Lugansk y Donetsk, la negación de Ucrania a ser parte de la Otán y el reconocimiento de la península de Crimea como parte de Rusia. Hechos ya de facto, que podrían parar la guerra y volcarían a la UE sobre la reconstrucción de Ucrania como un nuevo Estado, al que deben regresar los refugiados en tránsito a Europa occidental mientras se legaliza su adhesión. Lo que obligaría a China a contribuir a la realización de acuerdos entre Ucrania, Rusia, la UE y la Otán. Un peldaño hacia su liderazgo global. En perspectiva, las consecuencias para Rusia y sus aliados son graves y sería errado darles continuidad, se puede fortalecer la oposición al Gobierno ruso, sus clientes energéticos ahora buscarán alternativas diferentes de abastecimiento, su economía y su moneda están muy afectadas, su injerencia en política exterior disminuirá; por ejemplo, en América Latina es posible una nueva relación entre EE. UU. y Venezuela o un mayor empobrecimiento para Cuba, que paliaba su miseria con el turismo ruso. En tal sentido, el presidente Putin pasa a ser acusado por el presidente Biden de crímenes de lesa humanidad, un resultado no esperado frente a la débil amenaza que representaba para Rusia una deslegitimada Otán antes de la guerra con Ucrania. En consecuencia, la UE se va a fortalecer militarmente, recordemos, esta era una demanda reiterada de Donald Trump a la que se habían negado los europeos y que le convenía al Kremlin. Una muestra de los errores de cálculo del presidente ruso, que en vez de darle a Rusia un pasado imperial la puede llevar a la debacle; se fortalecerá la Otán, aumentará la contención desde la UE, Alemania va a destinar 100.000 millones de euros para armarse producto de la amenaza rusa, perderá su autonomía ante China y posibilitó la recuperación de EE. UU. como líder global. Todo lo contrario al codiciado posicionamiento estratégico de una guerra relámpago en Ucrania que ya no fue.


JAVIER IGNACIO NIÑO CUBILLOS Ph. D. (Decano de la Escuela de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Sergio Arboleda)

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